Muchos creen que hablar de los problemas es igual a pelear y que es más seguro quedarse callado. Sin embargo, un silencio prolongado o la simple evasión de los temas que se deben discutir, generan malestar que se va acumulando hasta explotar de forma inesperada. La otra cara de la moneda es que, si no hablamos, nuestra cabeza arma teorías que casi siempre son más dramáticas que la realidad y cuando por fin tocamos el tema ,lo que era un simple malentendido se ha convertido en una terrible conspiración paranoica. Pero la culpa no es solo de la otra persona por hacerse “películas”, también es tuya por creer que tu pareja debería saber lo que sientes o piensas, sin decírselo.
Entonces, la comunicación abierta no significa hablar sin filtros y en cualquier momento, sino crear un espacio donde ambos se sientan escuchados y respetados.
No se trata solo de guardar silencio mientras el otro habla. Implica mirar a los ojos, asentir con la cabeza y, si hace falta, resumir con tus propias palabras lo que has entendido: “Si escucho bien, te preocupa que yo no pase más tiempo contigo, ¿verdad?”. Con esa pausa y esa confirmación, la otra persona comprueba que no solo oíste, sino que captaste la emoción de fondo.
No es lo mismo decir “No exageres, no fue para tanto” que “Entiendo que te moleste porque esperabas más atención de mi parte”. Convalidar no equivale a estar de acuerdo; es aceptar que sus sentimientos son válidos. Ese gesto abre la puerta para que ambos expongan sus verdades sin temor a ser juzgados.
¿Te suena exagerado? Piénsalo así: pongan un cronómetro de tres minutos para que cada uno hable sin interrupciones. Cuando uno termina, el otro tiene que repetir la idea en sus palabras antes de responder. Podría parecer rígido al principio, pero funciona: obliga a aquietar impulsos y asegura que cada opinión sea escuchada por completo. Luego de dos rondas, los dos tienen claro dónde están parados.
En lugar de palabras vagas como “Hablemos más”, prueben algo concreto: “Esta noche, compartimos algo que nos haya alegrado hoy o expresamos algunas preocupación que tengamos”. Esa breve rutina refuerza la conexión y reduce distancias emocionales.
Un ejemplo sencillo: imagina que ella siente que él mira el celular durante la cena y percibe desinterés. Si él responde con “Es solo un mensaje de trabajo”, la conversación puede truncarse. Pero si él dice “Entiendo que te moleste, no quiero que pienses que te ignoro, por eso voy a dejar el celular aquí hasta que terminemos”, él valida la preocupación y muestra un compromiso concreto.
Hacer todo esto no es magia: es práctica. Al principio costará “bajar el volumen” de impulsos defensivos, pero con el tiempo estos ejercicios se vuelven naturales. Dejarás de acumular malentendidos y resentimientos, en su lugar, construirás diálogos que los acerquen.
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